CÓRDOBA

Un paseo: a medias entre la visita y el paseo, estaríamos horas al fresquito del bosque de columnas de la Mezquita. Una vez más nos vemos en el dilema de recomendar una cosa que es varias a la vez, pero esta ciudad es así.
Un restaurante: seguro que todo el mundo piensa en el mismo, El Caballo Rojo, y con razón, pero por algo menos de dinero se puede comer, en terraza incluso, bajo unos naranjos. El menú cordobés con salmorejo, rabo de toro y melón de postre no hay que perdérselo por nada.
Una visita: a veces hay tanta gente que, pese a poner en peligro la salud, hay que salir a verlos con el calor cordobés en la cabeza, pero los patios son algo memorable. Muchos son bares fabulosos, pero los que aún son eso, patios cordobeses con geranios, parecen estampas de otro mundo.
Un recuerdo: aunque incalificable desde el punto de vista turístico, llegar hasta los servicios del restaurante El Caballo Rojo y orinar con la ventana abierta a las vistas sobre el barrio, eso no se borra de la memoria. Nadie puede presumir de aseos más agradables, así que el viajero no hará sino disfrutar por partida doble. El viajero, que nunca olvidará Córdoba, no debe tampoco olvidar algo importante...

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